En cuanto
su nariz rozó la fría superficie de la puerta pudo ver través del ojo de la
cerradura un rasgo de profunda tensión que orbitaba entre línea y
línea; parecían pinceladas hechas por la mano de un artista que con
insolente temple las facultó para crear un laberinto oscuro. No pudo determinar
si partían del núcleo negro, si éste las paría expulsándolas a la
zona periférica o en realidad se las devoraba. El centro cuya forma es la de un
diafragma contráctil, palpita como el corazón de un animal acechado o como el
de alguien que había sido perseguido por la anormalidad de las cosas. De
repente se detenía y en cada detención el núcleo se agrandaba, luego se
reducía. Rodeaba la zona oscura un tapiz blanco craquelado con otras finas líneas
rojas. Estas líneas se mezclaban con las otras del centro. Una enmarañada
estructura circular oscura respiraba, se ahogaba, se fundía con el ojo de
la cerradura y con su propio ojo.
Había
sido una extensa jornada, lo sintió en el cansancio de sus huesos y en una
especie de irritación contra el mundo. Aceleró el paso más de lo que
acostumbraba en las tardes de regreso. El día había transmutado a noche y
una inquietud más profunda que el hambre lo hostigó para moverse rápido.
Alguien lo saludó levantando la mano izquierda, él hizo una mueca que denotaba
más fastidio que simpatía; no reconoció a la mujer ni tampoco escuchó lo que
ella había gritado. Se dio cuenta de su rápido andar. Las baldosas negras
y luego rojas, los desniveles de las veredas, los cables de las líneas
telefónicas se fundían en su andar, se mezclaban, se aglutinaban en una masa
oscura que respiraba y que lo perseguía. No quiso mirar hacia atrás. Sólo
unos pocos metros separaban la urbe viviente de su casa; subió los cuatro
escalones de entrada, estaba frente a su puerta, sacó las llaves de su bolsillo
derecho con nerviosismo, su mano húmeda no permitió asirlas y cayeron al
piso rompiendo el clima tenso que lo había acompañado desde la salida del
trabajo. Sonrió y se agachó despacio para tomarlas. Lentamente recorrió con su
vista la puerta, descubrió que los años no sólo habían hecho estrago en su
cuerpo y tarareó “…no le iría nada
mal una mano de pintura…” Volvió a sonreír. Estaba acomodando su
cuerpo para incorporarse cuando vio un pedazo de papel blanco que asomaba por
debajo de la puerta. Apoyó una rodilla en el piso y extendió una pierna hacia
atrás. . Si era lo que esperaba, daría sepultura a las horas de fastidio,
malhumor e irritación que lo habían acompañado gran parte del día. Tardó
segundos en abrir la nota y leer –Te
espero en Café San Juan. Lo único irremediable es la muerte. No te
retrases- .
Guardó en
su bolsillo el papel. Seguía agachado. No pudo enderezarse. Algo en el ojo de
la cerradura lo invitó a mirar, algo que respiraba y se ahogaba, algo que se
fundió con el ojo mismo de la cerradura y con su propio ojo.
Los
protocolos de la escritura
Dimos comienzo a la actividad de escritura con una serie de preguntas destinadas a generar una respuesta sobre qué se observaría a través del ojo de la cerradura. Los interrogantes fueron motivados por la consigna pero no pudieron suscitar una respuesta porque una palabra que se desprendió de la restricción de la consigna tomó una fuerza generadora mayor que las propias preguntas, convirtiéndose en marco referencial: Esta palabra fue “ojo” y determinó el tema de la descripción.
Una vez
elegido lo que se observaría, recurrimos a la web para buscar la fotografía de
un ojo. La elegida tiene la particularidad de presentar un plano detalle (se
emplea para destacar elementos específicos. En este tipo de plano el
acercamiento se maximiza para enfatizar ciertos elementos que de otra manera
podrían pasar desapercibidos). La elección no sólo dio la oportunidad de
evaluar que tipo de descripción haríamos (en color, en sepia o blanco y negro)
sino también la de comenzar a pensar en la introducción del personaje pedido en
la segunda parte de la actividad planteada por la docente.
Se
determinó realizar la descripción en color por considerar esta decisión la más
adecuada para proporcionar una gran cantidad y variedad de
información que nos sería útil en la construcción del lugar y el espacio.
¿Cómo
relacionamos los elementos en color de la descripción con el lugar y el
espacio logrado?
Esta fue
una pregunta que surgió luego de elegir la descripción en color. Si debíamos
planificar cada elemento en función del personaje, la historia, el relato, la
verosimilitud, el narrador, etc. Consideramos apropiado que esos elementos se
integraran o dieran como resultado “algo” en el cuento. Un algo que no estaba determinado
aún en esta instancia.
En la
descripción aparecen varios elementos, líneas rojas, núcleo negro, un manto
blanco craquelado, estructura circular oscura; elementos que fueron
utilizados para construir una analogía con las líneas telefónicas y
las baldosas rojas y negras de las veredas. Nuestro interés aquí radicó
en presentar un espacio de percepción que contribuyera o se solidarizara con la
alteración del personaje: “Las
baldosas negras y luego rojas, los desniveles de las veredas, los cables
de las líneas telefónicas se fundían en su andar, se mezclaban, se aglutinaban
en una masa oscura que respiraba y que lo perseguía.”
La
pregunta siguiente fue ¿Por qué dicha alteración? Debíamos buscar un móvil lo
suficientemente verosímil para darle credibilidad al estado y el apuro del
personaje. Esto se resolvió con una esquela que el personaje descubriría al
final del cuento. En este punto tuvimos que recurrir a la reescritura de
algunos párrafos de la descripción.
Con
respecto al narrador, elegimos un narrador omnisciente porque puede
contar la historia desde un punto de vista que le permite conocer
los pensamientos y sentimientos íntimos o inconfesables del personaje. Este
narrador no encuentra límite alguno a
sus facultades descriptivas y, por lo general, tampoco adopta opinión alguna
ante lo que cuenta, ya que esto podría restringir la amplitud de su visión.
Esta decisión también se tomó porque el narrador omnisciente no influye
en los hechos de la historia, ya que su principal cometido es observar.
Esta cualidad de observación, propia del narrador omnisciente, nos
resultó atractiva para generar un elemento más que se relacionara con los otros
pensados, tema, historia, personaje y relato en función de observar y ser
observado.
Se incluyeron
dos expresiones del campo disciplinar oftalmológico: órbita (en el texto
orbitaba) y diafragma contráctil, ambos con la clara intención de acercar al
lector a una clarificación del objeto observado. Esta aclaración se
realiza puesto que, un término utilizado en el primer borrador (latía) el cual
luego fue descartado, generó entre los integrantes del grupo una
discusión sobre la pertenencia semántica de dicho término. La palabra
latía podía generar una confusión al lector en términos de la interpretación.
La
elección de un fragmento de la canción “No hago otra cosa que pensar en ti” al
final (cuando el
personaje mira la puerta gastada por el paso del tiempo) tiene dos intenciones. En primer
lugar terminar de fracturar el clima de tensión, fractura que comenzó con la
caída de las llaves al piso, provocándole una sonrisa. En segundo lugar
despojar al relato de la construcción sobrenatural que hasta el momento se
daba. Estas fracturas necesarias son el prólogo de una nueva construcción
sobrenatural cuando el personaje mira por el ojo de la cerradura.
Bella, Damiana
Benítez,
Nuria
Lützelschwab,
Marcela
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