Texto I
The vagine Quenchi
Entró decidida. Había sido invitada a un Café Literario por
la gente del Rotary Club. Ella, que había nacido en el Conurbano Profundo; en
la ciudad dormitorio, donde “la maravilla” se esconde de tal manera que sólo
los ojos y los labios atentos pueden descubrirla, manifestó un tibio
desacuerdo, pero las circunstancias obligaron su presencia y ahí estaba.
Segundos antes de salir para el encuentro tomó de su cuaderno
un poema y lo colocó en su cartera, suelto, sin ningún protocolo, como quien
coloca en ella un pañuelo descartable.
El poema había sido escrito años antes a pedido de una
artista plástica para la presentación de su obra, obra que había sido
atravesada por la censura.
Escuchó durante una hora las lecturas realizadas por los
participantes: Una oda a un perro
convertido en héroe, cuya hazaña fue salvar la vida de un niño del paso del
tren, un poema extenso sobre el árbol más antiguo de Alte. Brown, también un
canto a la naturaleza, otro a la vejez, a los valores familiares, a la moral, a
las buenas costumbres y bla bla bla…
Se sentía rodeada de la más pura y sacra expresión poética
que alguna vez hubiera escuchado.
No supo cómo, ni cuándo ni por qué se había involucrado en
esa ironía del destino.
Llegó su turno. Debía leerlo. Su cabeza comenzó a girar de
un hombro a otro, en clara señal de negación. No leería ahí, de ninguna manera,
por ningún motivo su creación: “The vagine quenchi”. Tomó entonces su vagina,
la metió en su cartera sin ningún
protocolo, cual si fuera un pañuelo descartable y se marchó.
Texto II
Verde París
Tal vez haya llegado la hora
suya, querido amigo. La hora en que en nada se piensa y sólo nos dejamos fluir;
me alegro inmensamente que esto suceda, pues está más cerca de la idea de finitud
humana. No me malinterprete, no es al final de los días a lo que me refiero,
sino a todo lo contrario. Supongo que después de los 60 años, nos ponemos en
marcha diferente, muy diferente a la que el resto de los hombres marchan.
Creo no equivocarme con usted. He
de confesarle que me he sentido como el "hipócrita" o contestador,
ese personaje de la tragedia griega, que respondía a las cuestiones que le
presentaba el coro. Ambos somos como los sátiros que debajo del ropaje
mantenemos intacto el pelaje, que sólo nos será descubierto, cuando nos
atrevamos a desgarrar nuestras vestiduras.
Tu eres Frínicos, has incorporado
la figura femenina a tu tragedia y ella,
es palabra, que reemplaza fantasmagóricamente al hombre joven, cuya carne dura
se ensaña en repetirle cuan madura está.
Ahora que estamos hablando entre
“nous”, en el vasto campo de las palabras; también me atrevo a hacerle una
pregunta, pregunta que le he hecho a varios amigos: ¿Te animarías como hombre a
dejarte llevar hasta el mismo infierno con tal de no perder la gracia de la
locura? No se asuste, pues no tengo intención de hacerle abandonar el mundo ni
convertirte en apóstol, que ni usted es Xavier ni yo Teresa. Pero sí quiero
decirle algo que me digo muchas veces a mí
misma. Dice un refrán popular, “Que de músico, poeta y loco, todos
tenemos”. No se ofenda, pues, si lo incluyo en el número de los últimos. Es porque
he analizado profundamente sus poemas, pues yo no tengo empacho en admitir la
parte de locura que me toca, como a cualquier hija de vecino.
Y
la verdad cuando uno piensa que, a pesar de saber que podemos perder
nuestra alma escribiendo, y aún así, todavía seguimos sin preocuparnos,
merecemos justamente el nombre de LOCOS. Esta idea fue la que dio lugar a la
hermosísima cuanto profunda octava, que unos atribuyen a Xavier, mientras otros
dicen que fue Lope el que la escribió:
Yo ¿para qué nací?, para
salvarme.
Que tengo que morir, es infalible,
Dejo de ver a Dios, y condenarme,
Triste cosa será pero posible.
¡Posible! ¿Y río y duermo, y
quiero holgarme?
¡Posible! ¿Y tengo amor a lo
visible?
¿Qué hago? ¿Y en qué me ocupo?
¿En qué me encanto?
¡Loco debo ser pues no soy
santo!...
Le vuelvo a repetir que no
incluyendo ni a usted ni a mi en el mundo de los santos –y dispense mi
franqueza- no hay más remedio que nos coloquemos en la categoría de los
locos...
Pero, para su consuelo, le digo
que, aunque no lleguemos a santos, también los locos, que andamos sueltos, nos
podemos salvar. No creo que el cielo sea un lugar repleto de beatas y beatos,
sería una atrocidad: He realizado mi propia reflexión sobre esto. Dios en su
suponer de felicidad no puede eternizarnos en el aburrimiento, no creo que
siendo él tan generoso nos recluya en el olvido de la diversión. ¡NO!
Allí debe existir otro tipo de
mandamientos, tal vez alguno de ellos sea despojarnos de la culpa, o tal vez
sincerarnos con nuestra bestia, darle rienda suelta al olvido, pertenecer al
odio sin pasión alguna; quién sabe, tal vez en un intento de reparirnos se
vuelva más imbécil y dulcifique su perdón, quizá tenga entre manos para ese
momento regarnos con fruta, o pasearnos en piel de humano divino, fagocitar la
esperanza, sostenernos en el vacío. ¿Quién sabe?
Si tuviéramos la oportunidad de
elegir, cosa que creo improbable y además incoherente, ya que ese sería el
lugar y el momento preciso para el libre albedrío, tal vez no elegiríamos
matar, ni odiar, ni fornicar con la mujer del vecino, ni robar, ni hacerle
frente al Dios Todopoderoso, tal vez elegiríamos suspendernos en nuestra propia naturaleza,
creer en un origen netamente antropológico, sin la presencia de un acto y un
verbo divino, sin estereotipos funcionales, que solo se crearon para la nomos y
que destruyeron de alguna manera la identidad verdadera del hombre.
Si alguna vez tuviéramos esa
oportunidad, seguramente que no se daría en tiempo y forma, estaría
replegándose continuamente en un movimiento pendular, cual teoría de Petersen;
aquella que dice: “Debemos anquilosar toda generación anterior para sostener
esta naciente identidad, nueva y sin leyes universales, pues nos pertenece el
presente y nada más que él”. ¿Qué dices de esto?
Siempre entregándole un abrazo como el que
describe Galeano, "...uno, que matándonos nos nace"
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuy buenos relatos.Creo que el primer texto corresponde a una historia real.
ResponderEliminar¿Acerté? El misterio continuará hasta el próximo viernes.
El primero es el relato real. Me pareció muy gracioso!
ResponderEliminarjaaja qué raro el primer relato, gracioso y me parece el real.
ResponderEliminarMuy ocurrentes
Marta Lazarte
ResponderEliminarEl primer relato parece real, el segundo ya no. Muy buenos ambos!
El primer relato es real. Besos chicas!
ResponderEliminarLes puedo asegurar que me reí un buen rato con el primer relato, que es el que realmente ocurrió.
ResponderEliminarcuál es la anécdota inventada o la ocurrida en el segundo relato?
ResponderEliminarla consigna decía breve anécdota etc.
Primer relato real y el segundo ficcional...tal vez.
ResponderEliminarSilvia Alviso.